IBIZASFERIO: LAS MÁSCARAS DE CARNAVAL

En las puertas de la primavera, el espíritu crítico e irreverente del Carnaval palpita con fuerza en nuestros calendarios. Esta fiesta, heredera de los ritos dionisíacos griegos, baila entre finales de enero y el inicio de la Cuaresma.

Antiguamente y también en la actualidad, era un  tiempo de permisividad opuesto a la represión sexual, la serenidad y los convencionalismos propios de la moral cristiana. No en vano, se acostumbra a decir que el Rey del Carnaval es un personaje gordo, bebedor y alocado; mientras que la Cuaresma es una viejecita que no come carne y que apenas puede moverse de casa.

Desde que se proclama su reinado hasta que es enterrado, el desenfrenado Carnaval gobierna nuestros instintos. Carnaval no es sólo una fiesta de calle, es sinónimo de transgresión, irreverencia, exuberancia, embriaguez, sin duda cualidades que atraen a millones de personas alrededor del mundo. Para algunos puede que se trate de una simple excusa para romper las normas establecidas y la moral tradicional, por supuesto desde la seguridad que conlleva llevar puesto los disfraces y las máscaras más llamativas, pero está claro que esta oportunidad permitirá a mucha gente sacar su cara más auténtica y a la vez más inconfesable. Cuando vea la Rúa salir a escena por las calles de Ibiza, San Antonio o Santa Eulalia me fijaré en la gent mayor, aquella que aprovecha el resplandor de las máscaras para salir a la calle sin tener que disimular sus defectos. Pondré atención en aquellos adolescentes que las aprovechan para satisfacer la curiosidad de los cuerpos. La calle se llenará de personas y personajes.

Nunca he sentido especial devoción por los disfraces tradicionales. Las pelucas y los vestidos de chica Playboy están demasiado vistos. No nos hacen falta trajes para disfrutar de los frutos más sabrosos ¿Por qué no aceptar que el rey de el desenfreno nos gobierna también el resto del año? Ésta debería ser la herencia que nos dejase. Cada día debería ser una fiesta de luces y colores, de trajes, de fragancias y desazón, de sacar a la calle los mejores artes de seducción, de danza y música, de sorpresas que nos esperan a la vuelta de la esquina. Las calles debería ser siempre una alfombra de confeti, serpentinas y caramelos, para que transformase de una vez por todas su aspecto gris y sucio. Las canciones de las comparsas substituiría los cláxones y las frenadas fuertes, demasiadas veces fuera de tiempo. Sacaríamos de nuestro día a día las pasiones más ocultas e inconfesables, aquellas que hay que esconder, reprimir y que nos hacen incluso avergonzarnos de ellas. Antes al contrario, las sacaríamos a relucir.
Puede que hubiese que aprovechar estos días, porque difícilmente el resto del año será como nos gustaría. Esta oportunidad que nos da el Carnaval no la podemos dejar pasar. Tenemos por delante unos días para llenar de música, fuego i hierbas.
        
La vegetación despierta de sueño invernal y da paso a una explosión de vida. Ya casi es primavera ¿Quién se puede resistir a la naturaleza cuando se pone tan seductora?

Por Agnès Vidal i Vicedo

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