EL LENGUAJE DE LAS CAMPANAS
Por Agnès Vidal i Vicedo
Que las campanadas nos dicen la hora no es un hecho que sorprenda a nadie, pero si miramos atrás comprobaremos que hasta no hace mucho eran imprescindibles en la vida de mucha gente. Eran el alma de todos los pueblos. Su voz majestuosa despertaba a sus habitantes y marcaba el ritmo de vida. Cada vez resulta más difícil encontrar quien nos explique las historias que esconden. El escritor Carlos Garrido, nos descubría en su libro Formentera mágica que, en la menor de las Pitiusas, las iglesias de Sant Ferran, Sant Francesc y El Pilar de la Mola, están coronadas por campanas de barcos que han naufragado en sus aguas. A menudo ignoradas, esconden en sus entrañas incontables leyendas de barcos hundidos, trágicamente perdidos por un golpe de mar.

Más allá de las connotaciones religiosas que alguien pueda asociar a las campanas, no me cabe duda que se trata de uno de los sonidos más bonitos que he escuchado jamás, junto a la alegría que transmite escuchar a las mujeres hablar mientras toman el fresco en la calle o el choque del cubo cuando llega al fondo del pozo. Es un sonido que aún huele a chimenea encendida, a tierra mojada que tanto nos gusta. Todo junto representa otra manera de vivir en Ibiza, más ancorada en la historia y enraizada a la naturaleza, contraria a la destrucción del paisaje, a las urbanizaciones y las amplias carreteras, en definitiva a la velocidad que comporta vivir deprisa. Ahora que está tan de moda recuperar aspectos tradicionales, lo que se debería hacer es no dejar perder estos detalles que mantienen vivo un pueblo.
Aquellas campanas que resuenan a las doce del medio día siempre serán el resumen del pasado pero también pueden ser faro para el futuro.
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