EN MEMORIA DE SEBASTIAO SALGADO

LA COLA DE LA BALLENA. AUTOR: GABRIEL TORRES CHALK
El pasado 23 de mayo de 2025, el mundo del arte y el humanismo perdió a uno de sus más grandes maestros: el brasileño Sebastião Salgado, fallecido a los 81 años en París. Su obra, marcada por un compromiso ético y una estética en blanco y negro de impecable fuerza narrativa, nos deja un legado que va mucho más allá de la mera imagen: es un canto íntimo y urgente a la humanidad y a la naturaleza. En junio de 2017 la exposición Génesis pudo verse en el puerto de Ibiza.
Salgado comenzó su andadura profesional inicialmente como economista en París, pero en 1973 cedió a una intensa vocación creativa que le llevó a abrazar la cámara como instrumento para “capturar todo lo que le gustaba, interesaba y disgustaba”. A lo largo de cuatro décadas, viajó por más de 120 países, registrando con profundo respeto la condición humana en contextos de extrema dureza: desde la hambruna del Sahel, hasta el genocidio de Rwanda, pasando por el drama de los migrantes en “Génesis” y “Éxodos”.
En todas estas series, Salgado mostró que la brutalidad y el odio no son monopolio de países atrasados o lejanos; son manifestaciones universales que pueden germinar en cualquier paisaje, sin distinción de fronteras. Su mirada poética y valiente -en realidad una forma de burlar la rutina de la mirada a decir de John Berger- nos advertía constantemente del contagio de la injusticia y de la fragilidad de la esperanza cuando el ser humano se olvida de su vínculo con la naturaleza.
La serie “Génesis”, su último gran proyecto, representa una especie de renacer espiritual para Salgado, tras el trauma que atravesó al documentar la violencia en Rwanda. Durante ocho años recorrió 32 países en busca de escenarios inmaculados: glaciares helados, desiertos ancestrales, bosques primigenios, pueblos indígenas que viven en armonía casi ritual con el entorno. A través de más de 200 fotografías en blanco y negro, “Génesis” nos invita a escuchar el pulso íntimo de la Tierra, a recordar la sinfonía silente que existe antes de que el ruido humano la altere. En ese sentido, su obra se erige como un canto de esperanza: a pesar de la devastación ambiental y social, aún encontramos vestigios de un mundo posible, intacto, que merece ser preservado: es imprescindible escuchar la voz de la naturaleza.
Uno de los ejemplos más emblemáticos de “Génesis” es esa fotografía etérea e intensamente plástica en la que la cola de una ballena franca austral se alza, majestuosa, entre las aguas gélidas de la Península Valdés, en la Patagonia Argentina. El instante preciso en que el agua resbala como una densa cortina de cristal líquido sobre el lomo del cetáceo, condensó para Salgado la esencia misma de la grandeza animal, el poder del tótem: un instante suspendido donde la naturaleza, en toda su belleza salvaje, nos regala un espejo vital para reconocernos como parte de un todo mayor.
En lo personal, recordar esa imagen —la ballena surgiendo como un susurro ancestral— me lleva a evocar la importancia de silenciar el ruido cotidiano para adentrarnos en la escucha de la Tierra misma. Sí, la Sal de la Tierra en mayúsculas. La fotografía, en su preciso poder de suspensión temporal, detiene nuestro ritmo acelerado y nos obliga a contemplar la fragilidad y la grandeza simultáneas que habitan en el instante.
En un mundo donde las redes sociales a menudo nos predisponen a mirar hacia el ego y a magnificar nuestras pequeñas urgencias, Salgado nos reta a mirar afuera y a indagar en el vínculo dentro-fuera, a retornar a esa escucha profunda y casi olvidada: la de los bosques, de los ríos, de los suspiros subterráneos que recorren las raíces del mundo.
Más allá de la dimensión estética, “Génesis” nos recuerda que la esperanza no es una ilusión: es un acto de voluntad, una llamada a defender lo vivo. Salgado mismo puso en práctica esta convicción al fundar en 1998 el Instituto Terra en su Brasil natal, una ONG dedicada a la reforestación y a la recuperación de ecosistemas devastados.
Su propia finca en Minas Gerais se transformó en un símbolo concreto de que el hombre puede redimir sus errores mediante acciones silenciosas, casi ceremoniales, de restitución al suelo y a las aguas. De ahí que “Génesis” no solo sea una colección de imágenes; es un proyecto vivo que late con el pulso de cada árbol replantado y cada arroyo restaurado. Salgado nos ofreció un espejo de la belleza que aún somos capaces de arruinar o de proteger. Un testamento. Una oración visual.
Al mismo tiempo, la obra de Salgado ejerce una función moral contundente: nos alerta de que el odio puede propagarse con la misma agresividad que un virus, y que la brutalidad no discrimina entre primer y tercer mundo. Sus reportajes en “Workers” (1993) y “Éxodos” (2000) pusieron el foco en la miseria silenciosa de las clases obreras y de los desplazados, señalando que la explotación y la violencia son síntomas de una enfermedad global, no solo de sociedades periféricas. De algún modo, al documentar el rostro anónimo del sufrimiento humano, el artista nos obliga a reconocer nuestra propia responsabilidad colectiva: no basta con conmovernos ante la imagen; debemos actuar para detener la cadena de injusticias y para proteger los reductos que aún palpitan con vida pura.
No fue solo la naturaleza lo que capturó. Fue la dignidad de lo humano en medio del barro, del exilio, del hambre, de la esperanza. Salgado entendió que la brutalidad no es un monopolio de lo lejano. Que el odio se contagia como una epidemia. Y que, sin embargo, siempre hay un resquicio por donde se cuela la luz. Un niño en brazos. Una mujer que camina. Un pájaro que sobrevuela un campo de refugiados.
Al despedirnos de este gran testigo de la condición humana y de la belleza natural, cabe preguntarnos: ¿qué ecos legaremos a las futuras generaciones? La fotografía de la cola de la ballena, en su silencio de agua y luz, nos recuerda que la voz de la Tierra es eterna, pero frágil. Nos convoca a recuperar esa escucha olvidada y a transformar el asombro en compromiso. En la estela de Salgado, podemos aprender que la esperanza -la escucha- no es pasiva: es una actitud de resistencia ante la extinción de lo vivo, una defensa de la armonía y equilibrio vital, existencial, social, estético posible entre los seres humanos y el entorno que nos acoge.
Sebastião Salgado nos deja como herencia una invitación poética y urgente: contemplar el mundo con ojos renovados, dejar que la naturaleza nos hable en su propio idioma de viento, tierra y cuerpo, y actuar con determinación para que las futuras generaciones hereden un planeta todavía capaz de erizar nuestra piel ante el espectáculo silencioso de una ballena al alzar su cola. Así, su obra -desde la denuncia de la brutalidad hasta el himno a la recuperación ecológica- nos enseña que el acto de fotografiar puede ser, al mismo tiempo, un acto de amor: un amor comprometido con los seres humanos y con la Tierra y la Sal que les sustenta.
Que tu viaje siga entre sombras y luz, Sebastião. Gracias por enseñarnos a ver.
GABRIEL TORRES CHALK
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La imagen LA COLA DE LA BALLENA es obra del artista GABRIEL TORRES CHALK
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